Magnus Bane descansaba en su loft. Parado frente a
la ventana, en una mano el gato y en la otra
una copa con un ‘París de Noche’
ambos amo y gato, disfrutaban de la vista,
cuando el sonido tan familiar de la puerta se escuchó, alguien estaba entrando,
el brujo sabía exactamente quién era, pues el par de llaves que le había dado a
su ahora exnovio, aun no estaban en su poder.
Alexander entró al
departamento, sin hacer ningún sonido, creía que el dueño del lugar no estaba
presente, por lo que cuando sus ojos se cruzaron los de él, se sorprendió
bastante. Magnus lo miró desconcertado,
sabía que el Lightwood probablemente estaba sufriendo tanto como él,
pero el verlo allí, parado frente a él, no solo confirmaba la teoría, la
aumentaba: Alec llevaba puesto una especie de pantalón deportivo y un suéter
que probablemente se haría pedazos si lo echaban a la lavadora.
Bane miró al nefilim
por un momento, el cual no podía articular palabra alguna, con un movimiento de
cabeza, el brujo le indicó que podía sentarse. El ojiazul se sentó justo al
borde del sofá, como si algo allí lo fuera a morder. Estaba temblando,
nervioso, respiraba fuerte.
Dejando a Presidente
Miau en el suelo, Magnus se sentó frente a su ex novio, y sin dudarlo una sola
vez dijo:
—Hay cosas que tenemos que aprender — tomó un sorbo de su bebida y
continuó —, yo a mentir y tú a decirme la
verdad…
Alexander, se enfadó al
instante, no podía entender cómo era posible que hablara de mentiras cuando ni
siquiera se había molestado en contar la verdad acerca de su padre, así que con
frustración y coraje interrumpió al brujo
—Sí, tenemos cosas que aprender, yo a ser fuerte y tú a mostrar
debilidad —hablaba alterado, escupía cada palabra como si tuvieran un sabor
amargo y no tardó ni un segundo en arrepentirse por lo que iba a decir — tú a morir y yo a matar.
Magnus lo miró
desconcertado, aturdido. Y después se hizo el silencio y el silencio fue a
parar a una especie de pesada y repartida soledad, y la soledad dio paso a un
terror que hacia el final les nos mostró un mundo del que ninguno quiso hablar.
Pero así habían sido sus nuestras noches
y así era su amor, comenzaba en el silencio, continuaba en el terror, y otra
vez de allí al silencio.
—Dime, ¿para qué hablar de lo que pudo haber sido y de lo que jamás será?—
Por fin pudo decir el submundo, mientras acariciaba al gato que ahora reposaba
en su regazo era la única forma en la que podría tranquilizarse—, ¿es que vamos a discutir tratando de
adivinar qué fue eso que hicimos tan mal? si, en fin, se trata de morir o de
matar.
Gideon no supo qué decir, era incapaz de responderle
al brujo, por lo que simplemente se inclinó hacia él y dejó en la mesilla de
centro el juego de llaves, con aquel llavero de medio corazón con las iniciales
MB, y se alejó hasta la puerta
principal, antes de cerrarla, escuchó su nombre, pronunciado por el brujo
sonaba dulce, solo que esta vez, únicamente causaba dolor.
—Así que, si andas por aquí, y alguien vuelve a prometerte amor, con dinero,
encanto y alguna canción, por favor, prepárate para huir. Vete lejos y limítate
a observar esa escena tan vulgar.
Magnus al instante
cerró la boca, el nefilim lo miró desconcertado, pero igual cerró la puerta
tras él. Aquella frase había salido sin querer. ¡Qué más quería que Alec fuera
feliz! Pero tampoco podía soportar que alguien mas estuviera al lado del
garbancito, quien era solamente un niño, un niño protector que había perdido a
su hermano, que sabía el tormento que significaba el que sus padres tuvieran
tantos conflictos.
El brujo en cambió,
tenía experiencia, 800 años de experiencia en el amor. Conoció a unas cien
mujeres y a cincuenta enamoró, conoció a otros tantos hombres y con tantos se
acostó. No podía permitir que Alec sufriera más, pero tampoco podría nunca
darle la felicidad que cualquier otro idiota mortal podría darle.
Magnus Bane, el gran
brujo de Brooklyn, solo podía ver que el universo es un lugar vacío y cruel, cuando
no hay nada mayor que su necesidad en él. En Alexander Lightwood. Y encendiendo
un cigarrillo se comenzó a torturar, recordando cada uno de los momentos que
pasó al lado del cazador de sombras.
Alec, se alejaba
lentamente del loft, andando paso a paso, sin querer realmente irse. Hasta que
se hartó y comenzó a llorar, usando un glamour para que nadie le observara,
para sus adentros, repetía y repetía:
—La culpa sólo en parte es mía y en parte lo es de los demás— y
aparecía allí en su mente la imagen de Camille, ofreciéndole su ayuda, no evitó
llevarse la mano al cuello, donde ella le había dejado aquel beso después de
beber su sangre, y soltando un puñetazo contra la pared de un negocio, recordó
también cuando la ayudó, la pudo matar y no lo hizo, cayó en cuenta de que una
vez más de lo que se trataba todo es de morir o de matar.
Llegó al parque, lugar
donde más de una vez había pasado sus tardes con el brujo, y cogió el teléfono,
se dejó caer en una banca mientras marcaba el número que sabía de memoria, sonó
varias veces y luego mandó a la contestadora, sollozando, dejó un mensaje
—Por favor, entiende que algo no funciona en mí muy bien
Mientras tanto en el
loft, Magnus solo miraba a la nada, sin escuchar más que su propia respiración,
el gato había salido casi al mismo tiempo que el nefilim se fue, por lo que
ahora se quedaba solo. Dejó que el teléfono sonara, y que la contestadora
hiciera su trabajo, escuchó llorar a su exnovio y él siguió y cogió el teléfono
y le suplicó al chico
—Déjame de una vez, déjame de una vez
El muchacho que seguía
en el parque, bajo un cedro, dejó sus parpados caer, cual guillotinas, mientras
cuidadosamente decía cada una de las palabras que había en su mente, que salían
de su corazón.
—Nuestras almas no conocen el reposo vida mía, pero si hay algo que es
cierto es que te quiero un mundo entero con su belleza y su fealdad.
Así, era, él podía
querer, amar a Magnus un mundo entero, con las cosas buenas y las cosas malas,
con todo lo que había en él, submundos, demonios, todo. Colgó el teléfono y no
dijo más, siguió llorando y se levantó corriendo hasta cualquier lugar, sin
mirar siquiera por donde pisaba. En persona jamás hubiera podido pronunciar ni
una sola de las palabras que había dicho por teléfono, sin ponerse del color de
un tomate, pero eso ya no tenía importancia.
Bane, mirando a la
nada, en su departamento tan solo dejaba que una lágrima se escurriera por sus
mejillas, y cuando escuchó el tono indicándole que el ojiazul había colgado,
solo pudo pensar ¿de qué vale la vida si
no hay nada por quién vivir?
—Moriré —, se dijo —moriré y
cuando lo haga al fin ya nada va a impedirme descansar y así obtendré la santa
paz que en vida no gocé jamás, pues hasta morir la única opción siempre es
matar.
Cerró los ojos y se dejó perder, entre el humo y la tristeza, entre los recuerdos de la felicidad, de la paz que en realidad sí gozó al lado del Nefilim.
Basado en la canción "Morir o Matar"
http://www.youtube.com/watch?v=ZW2w15rVhU8
): que triste....
ResponderEliminarpero me gusto!