sábado, 12 de enero de 2013

Morir o matar






Magnus Bane descansaba en su loft. Parado frente a la ventana,  en una mano el gato  y en la otra  una copa con un ‘París de Noche’ ambos amo y gato, disfrutaban de la vista, cuando el sonido tan familiar de la puerta se escuchó, alguien estaba entrando, el brujo sabía exactamente quién era, pues el par de llaves que le había dado a su ahora exnovio, aun no estaban en su poder.

Alexander entró al departamento, sin hacer ningún sonido, creía que el dueño del lugar no estaba presente, por lo que cuando sus ojos se cruzaron los de él, se sorprendió bastante. Magnus lo miró desconcertado,  sabía que el Lightwood probablemente estaba sufriendo tanto como él, pero el verlo allí, parado frente a él, no solo confirmaba la teoría, la aumentaba: Alec llevaba puesto una especie de pantalón deportivo y un suéter que probablemente se haría pedazos si lo echaban a la lavadora.

Bane miró al nefilim por un momento, el cual no podía articular palabra alguna, con un movimiento de cabeza, el brujo le indicó que podía sentarse. El ojiazul se sentó justo al borde del sofá, como si algo allí lo fuera a morder. Estaba temblando, nervioso, respiraba fuerte.

Dejando a Presidente Miau en el suelo, Magnus se sentó frente a su ex novio, y sin dudarlo una sola vez dijo:

Hay cosas que tenemos que aprender — tomó un sorbo de su bebida y continuó —, yo a mentir y tú a decirme la verdad…

Alexander, se enfadó al instante, no podía entender cómo era posible que hablara de mentiras cuando ni siquiera se había molestado en contar la verdad acerca de su padre, así que con frustración y coraje interrumpió al brujo

Sí, tenemos cosas que aprender, yo a ser fuerte y tú a mostrar debilidad —hablaba alterado, escupía cada palabra como si tuvieran un sabor amargo y no tardó ni un segundo en arrepentirse por lo que iba a decir — tú a morir y yo a matar.

Magnus lo miró desconcertado, aturdido. Y después se hizo el silencio y el silencio fue a parar a una especie de pesada y repartida soledad, y la soledad dio paso a un terror que hacia el final les nos mostró un mundo del que ninguno quiso hablar.  Pero así habían sido sus nuestras noches y así era su amor, comenzaba en el silencio, continuaba en el terror, y otra vez de allí al silencio.

Dime, ¿para qué hablar de lo que pudo haber sido y de lo que jamás será?— Por fin pudo decir el submundo, mientras acariciaba al gato que ahora reposaba en su regazo era la única forma en la que podría tranquilizarse—, ¿es que vamos a discutir tratando de adivinar qué fue eso que hicimos tan mal? si, en fin, se trata de morir o de matar.

Gideon no supo qué decir, era incapaz de responderle al brujo, por lo que simplemente se inclinó hacia él y dejó en la mesilla de centro el juego de llaves, con aquel llavero de medio corazón con las iniciales MB, y se alejó hasta la puerta principal, antes de cerrarla, escuchó su nombre, pronunciado por el brujo sonaba dulce, solo que esta vez, únicamente causaba dolor.

Así que, si andas por aquí, y alguien vuelve a prometerte amor, con dinero, encanto y alguna canción, por favor, prepárate para huir. Vete lejos y limítate a observar esa escena tan vulgar.

Magnus al instante cerró la boca, el nefilim lo miró desconcertado, pero igual cerró la puerta tras él. Aquella frase había salido sin querer. ¡Qué más quería que Alec fuera feliz! Pero tampoco podía soportar que alguien mas estuviera al lado del garbancito, quien era solamente un niño, un niño protector que había perdido a su hermano, que sabía el tormento que significaba el que sus padres tuvieran tantos conflictos.

El brujo en cambió, tenía experiencia, 800 años de experiencia en el amor. Conoció a unas cien mujeres y a cincuenta enamoró, conoció a otros tantos hombres y con tantos se acostó. No podía permitir que Alec sufriera más, pero tampoco podría nunca darle la felicidad que cualquier otro idiota mortal podría darle.

Magnus Bane, el gran brujo de Brooklyn, solo podía ver que el universo es un lugar vacío y cruel, cuando no hay nada mayor que su necesidad en él. En Alexander Lightwood. Y encendiendo un cigarrillo se comenzó a torturar, recordando cada uno de los momentos que pasó al lado del cazador de sombras.

Alec, se alejaba lentamente del loft, andando paso a paso, sin querer realmente irse. Hasta que se hartó y comenzó a llorar, usando un glamour para que nadie le observara, para sus adentros, repetía y repetía:

La culpa sólo en parte es mía y en parte lo es de los demás— y aparecía allí en su mente la imagen de Camille, ofreciéndole su ayuda, no evitó llevarse la mano al cuello, donde ella le había dejado aquel beso después de beber su sangre, y soltando un puñetazo contra la pared de un negocio, recordó también cuando la ayudó, la pudo matar y no lo hizo, cayó en cuenta de que una vez más de lo que se trataba todo es de morir o de matar.

Llegó al parque, lugar donde más de una vez había pasado sus tardes con el brujo, y cogió el teléfono, se dejó caer en una banca mientras marcaba el número que sabía de memoria, sonó varias veces y luego mandó a la contestadora, sollozando, dejó un mensaje

Por favor, entiende que algo no funciona en mí muy bien

Mientras tanto en el loft, Magnus solo miraba a la nada, sin escuchar más que su propia respiración, el gato había salido casi al mismo tiempo que el nefilim se fue, por lo que ahora se quedaba solo. Dejó que el teléfono sonara, y que la contestadora hiciera su trabajo, escuchó llorar a su exnovio y él siguió y cogió el teléfono y le suplicó al chico

Déjame de una vez, déjame de una vez

El muchacho que seguía en el parque, bajo un cedro, dejó sus parpados caer, cual guillotinas, mientras cuidadosamente decía cada una de las palabras que había en su mente, que salían de su corazón.

Nuestras almas no conocen el reposo vida mía, pero si hay algo que es cierto es que te quiero un mundo entero con su belleza y su fealdad.

Así, era, él podía querer, amar a Magnus un mundo entero, con las cosas buenas y las cosas malas, con todo lo que había en él, submundos, demonios, todo. Colgó el teléfono y no dijo más, siguió llorando y se levantó corriendo hasta cualquier lugar, sin mirar siquiera por donde pisaba. En persona jamás hubiera podido pronunciar ni una sola de las palabras que había dicho por teléfono, sin ponerse del color de un tomate, pero eso ya no tenía importancia.

Bane, mirando a la nada, en su departamento tan solo dejaba que una lágrima se escurriera por sus mejillas, y cuando escuchó el tono indicándole que el ojiazul había colgado, solo pudo pensar ¿de qué vale la vida si no hay nada por quién vivir?

Moriré —, se dijo —moriré y cuando lo haga al fin ya nada va a impedirme descansar y así obtendré la santa paz que en vida no gocé jamás, pues hasta morir la única opción siempre es matar.

 Cerró los ojos y se dejó perder, entre el humo y la tristeza, entre los recuerdos de la felicidad, de la paz que en realidad sí gozó al lado del Nefilim.



Basado en la canción "Morir o Matar" 
http://www.youtube.com/watch?v=ZW2w15rVhU8

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