jueves, 17 de enero de 2013

En paz.


..Y entonces el nefilim se acercó hasta el demonio Iblis, avanzando poco a poco entre las calles vacías de la ciudad de cristal, a lo lejos se encontró con tres de ellos que acorralaban a un brujo, ese era yo, y parecía un momento revivido, tan fresco como la mañana, aún tenía en mi mente la última vez que me enfrenté a ese tipo de demonios y en esa misma ciudad, estoy seguro, que él también lo recordó, nunca olvidaba ninguna batalla y mucho menos esa. En la que por vez primera le dije que lo amaba.

Podría jurar que sus ojos estaban encendidos en un azul fuego, ¿sabes que su nombre significa ‘el protector’? Él me salvó la vida aquella noche, y no solo a mí, recuerdo aun cuando se alejó después de cubrirme la espalda, iba directo a enfrentar a unos demonios Raum que acorralaban a su madre, eran demasiadas criaturas infernales, y a pesar de eso yo estaba allí, peleando contra ellos, codo a codo con los cazadores de sombras, y solo por amor.

Nunca jamás voy a olvidad su mirada, su coraje, su valentía, especialmente, cuando desde las plataformas, lo vi lanzándose directo contra un demonio que atacaba a Isabelle, ella cayó al suelo, pues el demonio le dio un golpe directo al pecho, y no solo a ella, también al mismísimo chico, el cual se desplomó solo por un segundo, el segundo más largo de todos mis 805 años de vida.

Cuando se volvió a levantar, clavó su cuchillo directamente en el cuerpo del demonio, el cual desapareció sin dejar nada más que un rastro de polvo. Él, se giró a ver cómo estaba su hermana, y allí, ante mis ojos sin poder hacer nada, pude ver como un demonio le atacaba, por la espalda, cual niño cobarde, no puedo explicar la sensación que me invadió en ese momento, solo recuerdo que cuando desperté, estaba ya de regreso en Brooklyn, y mi apartamento, lleno, completamente inundado por su ausencia.

 La Lightwood escuchaba con atención las palabras de Magnus, desde el otro lado de la puerta, las lágrimas caían por sus mejillas, se llevó la mano al corazón donde aún tenía la cicatriz, aquel recuerdo de la batalla final. Ella sí había estado consiente cuando todo acabó, y estaba segura de que tal vez el narrador del cuento también, pero nunca iba a reconocerlo.

Sí, a ella también le dolió, ver tendido a su hermano sobre la acera, con los ojos aún abiertos, mirando al infinito, como buscando a algo, como buscando a alguien, buscando a Magnus Bane.

El brujo iba a diario al instituto donde ya ni siquiera pedía permiso para entrar. ¿Cómo no ir a recordar aquellos hermosos ojos azules que Gideon había heredado? El cabello negro ébano del más joven de los Lightwood parecía arrancado de la cabeza de su tío, era una copia fiel. Desde el día que nació, todos lo supieron, Alec no se había ido, estaba allí, dejando una huella muy grande.

Magnus terminó su historia y abrió la puerta, encontrándose con una desarreglada y llorosa Isabelle, que no se molestó ni un segundo en recobrar la compostura, en cambio se arrojó a los brazos del brujo, quien sorprendido la miró con ternura, sabía que Izzy se sentía sola, sus dos hermanos varones habían muerto.

Pero nada se comparaba con lo que Bane sentía en su pecho, ese vacío y oscuridad, como si sobre su corazón hubiera una corona de espinas y a cada latido, a cada suspiro las puas se clavaban más y más desgarrando el tejido del corazón del brujo. Ahora que era mortal, las cosas dolían aún un poco más.

Fue aquella noche, saliendo del instituto, caminando hasta Brooklyn, cuando recordó cada momento en el que estuvo al lado del estúpido Nefilim, que se había ido hacía ya 5 años, y que aún parecía estar allí, pero no haciéndole feliz, sino torturándole eternamente con el recuerdo de sus suaves labios, de sus ojos azules como el cielo, y parecía verlos, en cada lugar donde encontraba un reflejo.

Estaba allí, en su corazón, sufriendo igual que él, a cada latido, por la distancia que ahora los separaba.

Y es que ese día, le contó aquella historia a Gideon, para que no se perdiera con el paso del tiempo, para que el pequeño nefilim, la recordara y honrara el nombre que llevaba, para que aunque el Gran brujo de Brooklyn ya no existiera, alguien tuviera en la mente todos los recuerdos, depositados fielmente, y también para que ese pequeño con un gran futuro por delante, guardara el tesoro de Bane, el libro que le dio aquella mortalidad, una mortalidad la cual no gozaba, no sin tener a nadie a su lado.

Fue entonces cuando llegó a su departamento, y en medio de aquella sala con decoración morada, acabó con su sufrimiento. Dejando tan solo un nota con 9 palabras, 9 como las letras del nombre del único al que amó.

Muchos años después, aún todos lo recordarían, como lo que fue, ‘El Gran Brujo de Brooklyn’ el que murió de y por amor, el que renunció a su mortalidad, para ser feliz, para poder descansar en algún lugar. En paz.  

1 comentario:

  1. nooooooooooooooo, por qué ese pesimismo?????
    Malec, va a volver, tiene que volver π_π

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